Capítulo XXVI (segunda parte)
–¿Sabes? Mi madre también va a venir a ver el espectáculo –dijo Gretel a
Aurora, con una sonrisa que surcaba los gruesos mofletes de la niña como si
fuera una zanja en lugar de la boca.
–Bien por ti, que al menos tienes una… –resopló Rosa.
–No digas eso, por favor… –La Repostera pareció disgustarse más por el
comentario de la chica, que por pillar a Hansel cogiendo un trozo del pastel.
El niño había pactado con su hermana que robaría suficiente tarta para los dos
si le ayudaba a distraer a Aurora; no había contado con que Rosa también la
mortificaría a su manera.
La estudiante de la Academia, que jamás había soportado que nadie la riñera ni le
reprochara nada, se levantó de la mesa y fue a la barra, donde Astreo se daba a
la bebida desde hacía un buen rato. Sinclair aprovechó que su amiga se había
cansado por fin de la compañía de la Pastelera para ir a hablar con ella.
–Rosa, dime la verdad, ¿qué haces aquí?
–Déjame en paz, Emil. Ya me gustaría largarme, pero ahora que estáis aquí
no tiene sentido que lo haga sola –“A fin de cuentas, vosotros erais mi
coartada”, pensó.
–A ninguno de los chicos le apetece colarse de vuelta en Grimm a estas
horas; se han envalentonado, y dicen que para una vez que se arriesgan a salir,
lo que les merece la pena es regresar cuando ya haya amanecido.
–Me conformaría con que te fueras tú y dejases de darme la lata.
–Lo lamento, pero ya he llamado a casa para decir que llegaré tarde. ¿Por
cierto, sabes que en esta calle casi no hay cobertura? ¿Qué tan profundo
estaremos bajo tierra?
–Espera, ¿saliste de la Travesía en busca de señal? ¿Viste algún Guardia
Real?
–Pues ahora que lo preguntas, sí… Había unos cuantos, y parecían dispuestos
a hacer una redada en algún lugar cercano.
–¡Tenemos que largarnos de aquí cuanto antes!
Azul también vio a los Guardias cuando llegó al Casco Antiguo casi una hora después, pero no imaginó que a quien buscaban era precisamente a ella. La multitud que transitaba por la calle del Mercado Central volvió a cubrirle de invisibilidad y anonimato, y pudo atravesar fácilmente el falso muro de piedra.
Quedaba poco tiempo para que comenzara el espectáculo, de manera que corrió
el tramo curvo y empedrado que la separaba de El Caldero de Oro. Para su
sorpresa, encontró las puertas del local abiertas de par en par y dando cobijo
a una animada clientela. “¿Por qué ha decidido Pushkin abrir tan temprano? En
fin, no puedo entrar a averiguarlo vestida así; puede que Sapito aún me esté
esperando”.
Azul esquivó la puerta delantera y rodeó el edificio hasta la estrecha
callejuela lateral. Abrió la puerta trasera, entró en su dormitorio, encendió
la luz y el corazón se le detuvo al instante: ¡alguien le había robado la
peluca, el traje, las alas y los zapatos! Buscó por todas partes, pero en
ningún sitio encontró rastro de los objetos sustraídos, ni indicios sobre quién
podría habérselos llevado.
Salió del camerino otra vez y llegó de un salto a la otra puerta trasera, en
el lado opuesto del edificio: la que conducía directamente al despacho de Pushkin. Sacó una
llave grande y oxidada del bolso, abrió la cerradura y encontró al Tabernero
escondido bajo su escritorio, temblando de miedo y con aspecto de haber llorado
durante horas.
–¡Jefe! ¡Qué ha pasado!
–Una invasión de niños. Están ahí dentro, en el bar, con Hansel y Gretel. Puedo
oír sus chirriantes vocecillas…, y tengo miedo, mucho miedo.
–¿Dónde están Rubí y Esmeralda?
–No lo sé; Esmeralda gritó que iba a salir con dos amigas. Supuse que una
de ellas serías tú, y Rubí la otra. No tenía a nadie a quién pedir ayuda, ¡con
decirte que le he estado rezando al Supremo Autor!
–¿Has llamado a Geppetto?
–Sí, y no contesta. Tampoco la Cenicero.
–Esto ya no puede ir peor. A mí me faltan el vestido, la peluca, las alas y
los zapatos.
–¡Qué me dices! –El oso se secó los mocos–. ¿Y cómo vas a actuar ahora?
–No lo sé… Escucha, ¿sabes si Sapito sigue ahí dentro?
–Hace tiempo que no le oigo. Bebió mucho; quizás se quedó dormido, o puede
que se haya marchado. Seguramente perdió la esperanza de que aparecieras, ¡como
yo!
Azul valoró rápidamente sus opciones: Si era poco probable que Sapito
siguiera en el bar, la única posibilidad real que tenía de recuperar sus
valiosísimas pertenencias era salir ahí fuera y preguntar a los chicos si
alguno había visto al posible ladrón, ¡aunque quizás descubriese en la barra a
la Niña de las Cerillas, acompañada de su pandilla de delincuentes juveniles! A
pesar del peligro, el Hada respiró hondo, cogió impulso, abrió la puerta que
conducía al bar y saltó fuera del despacho, al tiempo que preguntaba
–¿Alguien ha visto a mi… Madre?
–¡Céfiro! –gritó Aurora desde la mesa donde vigilaba la tarta.
“¿Céfiro?” –se preguntó Pushkin debajo del escritorio. “Habrá querido decir
Zafiro. ¿Acaso hay adultos ahí fuera?”.
–¡¿Padre?! –Azul miraba ahora a Astreo, apoyado en la barra para no caer de
bruces.
–Hijo… –dijo el hombre cuando se lo permitió su ataque de hipo.
–¿Y ese quién es? –preguntó Demian a Sinclair.
–Azul, creo…
–¿El Hada Azul? ¿La misma que se lió con Iván? –Entre tanto, Aurora y
Astreo se acercaron para abrazar a su hijo y rompieron a llorar todos juntos.
–¿Qué hacemos? ¿Le damos una paliza? –preguntó Canella, que de entre todos
los estudiantes era la que tenía más ganas de acción.
–No parece un buen momento –expuso Pippi, poniendo voz a lo que pensaban
los restantes miembros del pequeño comité que se había formado en torno a una
de las mesas. Ninguno estaba seguro de que aquel chico famélico fuera realmente
el Hada que besaba al Príncipe en la foto, así que decidieron aplazar la vendetta en nombre de su amiga
deshonrada hasta nuevo aviso, y optaron por disfrutar del resto de la velada.
Rosa miraba atónita el espectáculo, sin poder creer que su elaborada
maquinación hubiera tenido como resultado un feliz reencuentro. De pronto se
encontró sola, pues no participaba en el grupo de sus compañeros de clase ni
disfrutaba con su venganza tan planificada; tan solo era una espectadora más de
aquel abrazo.
La colérica decepción le revolvía el estómago tanto como el saber que en
cualquier momento llegaría la Guardia Real y se los llevaría a todos –ella
incluida– al calabozo. Sentía ganas de marcharse y abandonar a su suerte a sus
amigos; a fin de cuentas, ¿quién les había pedido que vinieran, o que castigaran
a Azul y al Príncipe? El menguante afecto que sentía por ellos no la
retendría allí ni un minuto más.
Pero otra cosa sí lo consiguió: Aurora abandonó unos instantes el feliz
abrazo y le hizo señas a la chica para que se acercara. Rosa obedeció más por
el respeto que debía a los mayores, que por tener ganas de soportar otra de las
rarezas de la Pastelera. Se levantó de la silla con pereza y se acercó
arrastrando los pies, con los brazos cruzados y el blanco de las uñas
completamente descascarillado.
–¡Pero si es la chica sin signo! –dijo Azul con los ojos rebosando
lágrimas.
–¿Os conocéis ya? –preguntó Aurora.
–Sí, no hace falta que me presente a su hijo… –respondió Rosa malhumorada.
–¡Ella me ha ayudado a encontrarte! –dijo Aurora a Azul, y la voz se le
quebró de la emoción–. ¡Después de llevar meses aquí, en la Capital, buscándote
sin cesar!
–¿Y también ayudaste a mi Padre? –Azul apretó los dientes al hablar, como
si se contuviera para no soltar palabras menos amables que desentonarían con
la delicada sensiblería de la escena. A todas estas, Astreo no hacía más que
sollozar con el rostro enterrado en el hombro de su hijo, y no se enteró de que
hablaban de él. El Astrólogo comportaba con una ternura de la que nunca hacía
gala cuando estaba sobrio.
–¡De nada! –Rosa sonrió con malicia ahora que había sido descubierta, pues
era evidente que Azul ya había intuido que el reencuentro fue planificado por
ella como castigo por no revelarle su signo.
–¡Qué buena eres, querida! –Aurora le puso las manos en las mejillas a la
chica–. Quién lo iba a decir: gracias a ti, nuestra familia está al completo
por primera vez…
–¿Por primera vez? –Azul abrió los ojos de par en par y Astreo levantó la
cabeza, mostrando un semblante lacrimoso y pálido.
–Hijo, conoce a tu hermana pequeña –Aurora le hizo un gesto a la chica
para que finalmente se presentara.
–Rosa –dijo ella por inercia, con una vocecita infantil y asustada.
La Pastelera le dio un abrazo, y a los pocos segundos se les unieron Azul y
Astreo, incapaces de salir del más absoluto desconcierto. Entre los tres les fue fácil sujetar
a la chica, que no conseguía sostenerse en pie, como si el corazón le pesara
una tonelada y la arrastrase al suelo. Y no era para menos; a través de un
agujero con forma de diente se acababa de colar una familia entera (con su
Madre, su Padre y su hermano Hada) haciéndolo denso; llenando cada ventrículo y
colmando las venas y arterias de algo parecido a la sangre.
Comentarios
Por otra parte, los planes nunca resultan como uno quiere. Es tragicómico el giro que ha dado la historia.