Capítulo XXV (segunda parte)
El Hada colorada también pidió un descanso; descargó a Sapito en un banco y
apoyó la espalda en una farola, hasta que pudo volver a mantenerse erguida.
–¡Debemos darnos prisa! El Rata nos espera calle abajo –insistió la Cenicero.
–Dame un minuto, bonita; no veas lo que pesa tu exnovio –resopló Rubí.
Entre tanto, un hombre larguirucho, envarado y de cabello cano se acercó a
las Hadas. Parecía estar sufriendo un repentino ataque de timidez, pero logró
superarlo para preguntar acerca de la ubicación del puesto de lotería más cercano.
–Justo enfrente –respondió educadamente Esmeralda–, cruzando a la otra
acera.
–Lleva razón, ahí está. Aunque a decir verdad, busco a alguien que prometió
darme información sobre mi hijo desaparecido. ¿Será usted, por casualidad?
–No, lo siento, yo estoy en medio de un secuestro.
–Vaya, disculpe –dijo el hombre, incómodo hasta el tuétano de los huesos.
–Si me dice cómo se llama su hijo quizás pueda ayudarle. Soy vecina del
barrio.
–Déjelo, no se preocupe…
–Mire, si entra por aquel callejón –y dicho esto, Esmeralda le señaló el
muro de piedra– y anda todo recto… lo cual es un decir, encontrará un bar al
final del camino. Ahora mismo no hay nadie dentro excepto un grupo de
adolescentes. Sírvase una copa y aproveche de echarles un ojo por mí, ¿quiere?
Parece una persona seria.
–¡Esmeralda, deja el cotorreo! –gruño Rubí, cargando otra vez con Iván en
hombros.
–¡Gracias de antemano! –Esmeralda se despidió de aquel desconocido con un
efusivo beso en la mejilla, y partió junto a las demás secuestradoras calle
abajo.
Astreo Celeste se quedó clavado en el sitio sin saber bien qué hacer;
podía seguir esperando junto al puesto de lotería, ir a salvar a aquellos niños
de quién sabe qué depravaciones, o avisar a cualquiera de los Guardias Reales
que merodeaban por la calle del Mercado Central. Después de meditarlo un poco
se decantó por la única opción que le ofrecía una bebida gratis, y caminó con
paso firme hacia el muro de piedra…, sin saber que ningún trago, por muy fuerte
que fuera, le compensaría el trance.
Al final de la Travesía del Arcoíris, bajo el nigérrimo Caldero de Oro, los chicos de Grimm acababan de arrastrar al pesado Tabernero tras la barra. Aquello fue una proeza de la ingeniería escolar: primero pavimentaron el camino con botellas, luego pusieron al oso sobre ellas y, tirándole de los brazos en dos equipos de tres personas cada uno (Demian se limitó a dirigir las labores), consiguieron arrastrarle por encima de los improvisados rodillos sin que ninguno estallara. Se asustaron más de una vez cuando oyeron crujir los cristales, pero el verdadero sobresalto lo tuvieron al sentir que la puerta del bar se abría de nuevo y aparecía ante ellos una segunda mole.
–¡¿Rosa?! –gritaron a coro cuando entró el bar precedida por una gigantesca
tarta.
–¡¿Pero qué hacéis vosotros aquí?!
–¡Usted! –dijo Sinclair, achinando los ojos al ver a Aurora.
–Y tú, tan simpático como siempre –respondió la Repostera burlándose de
él.
–¡Así que ahora tomas el postre con
la competencia de mi padre! ¿Tienes algo que decirnos? –rechistó Sinclair,
tanto o más ofendido por su traición gastronómica, que por descubrir la mentira
del supuesto paseo en solitario de Rosa.
La chica necesitaba una excusa para poder salir airosa, y no había ninguna
mejor que el grosero comportamiento de Emil hacia Aurora.
–¡Quieto ahí! Verás: Hace unos días fui a pedirle disculpas a la Pastelera por haberme
burlado de ella; algo que tú también tendrías que haber hecho, aunque no soy
quién para decirte cómo procede una persona bien educada. Para demostrarle mi
arrepentimiento, me ofrecí a ayudarla a cargar hoy esta tarta..., y no os lo conté
porque ya bastante vergüenza me daba la situación.
–No sólo eso, ¡también se ofreció a traerme al espectáculo de las Hadas!
Por cierto, ¡cuánta gente joven hay en este lugar! Casi parece una fiesta
infantil –Aurora se adelantó para saludar con un beso a cada uno de los que
suponía invitados a la celebración–. ¡Mirad quienes están aquí! ¡Pero si son
Hansel y Gretel! Ya no podré apartarme de la tarta, o no quedará nada de ella
en cuestión de minutos.
La intromisión de la Repostera acababa de dejar a Rosa sin excusa ante sus compañeros,
así que la chica se dio prisa en realizar un ataque preventivo.
–¿Y qué hacéis vosotros aquí?
Ellos agacharon la mirada y ninguno se atrevió a responder. A fin de
cuentas, habían faltado a su promesa de no entrometerse en su relación con el
Príncipe hasta después del fin de semana. “¿Cómo encontraron la entrada de la
Travesía del Arcoíris?”, pensó Rosa. “Da igual, el plan no corre peligro..., pero me será
más difícil regresar a Grimm con ellos aquí. Les necesito fuera de El Caldero
de Oro cuanto antes”.
–¡Qué barra tan limpia, así da gusto! ¿Quién lo diría, viendo lo sucia que
está la fachada? –soltó Aurora, que no paraba de cotillear–. Por cierto, ¿dónde
está el dueño?
–Echándose una siesta –respondió Hansel, aunque no empleó el término más
adecuado para definir el desvanecimiento de Pushkin. Por si fuera poco, el
verle tirado en el suelo y rodeado de botellas no hacía pensar nada bueno de
él.
La recatada Señora disimuló su escándalo, pasó por encima del Tabernero y
buscó detrás de la barra algo con qué distraer la atención de los demás de tan bochornoso
espectáculo.
–Bueno, no creo que se enfade si utilizo sus cosas para prepararnos una
bebida refrescante. ¿A quién le apetece una limonada?
“¡A mí!” gritaron todos excepto Rosa, que maldecía por lo bajo la nueva osadía
de la Pastelera.
Nadie se dio cuenta de que acababa de llegar un invitado más
a aquella fiesta a la que ninguno había sido citado.
–¿Aurora? –dijo un hombre enjuto y huesudo desde la puerta del bar.
–¡Astreo! –chilló ella, exprimiendo un limón con tal fuerza que se bañó en
zumo.
Comentarios
Con Spotify no hubo caso, soy demasiado impaciente con la tecnología haha (demasiado largo el trámite)
Me quedaré leyendo, porque he visto que me he perdido mucho en estos días.
Saludos ^^