Capítulo XI (primera parte)
Los días
comenzaban a ser cada vez más cortos, así que el atardecer sorprendió a Rosa
con la cabeza aún entre las manos y las mangas empapadas, después de haber sido
utilizadas repetidas veces como pañuelo. Cuando alzó la vista, contempló con
ojos hinchados la lenta danza de globos y dirigibles, que ya resplandecían como
lámparas anaranjadas sobre una pantalla de nubes moradas. La brisa le secó las
mejillas, y luego le castigó con un escalofrío por el tiempo que había tardado
en levantarse de su repentino decaimiento.
La chica
agradeció entonces el saberse tan cerca de la Residencia de Estudiantes, a
pesar de que ahora recordaba que aquella misma ruta –entre el portón de la
Escuela Primaria y su habitación– le resultaba demoledora cuando era niña. No
fueron pocas las veces en que la mano firme de un Monitor evitó que cayese al
suelo o se hiciera daño, al estar aún demasiado dormida como para ver los
baches del camino o las espinas del rosal que lo bordeaba.
Ahora podía
hacer el mismo recorrido con relativa facilidad: había crecido (o florecido, en
su caso) hasta ser capaz de cuidar de sí misma. Rosa se hizo más madura e
independiente con el paso de los años; su carácter se agudizó y endureció como
mecanismo de defensa, y para cuando terminó la Escuela ya tenía sus propias
púas…, pero seguía detestando aquel portón y la sensación de sentirse
desprotegida a su sombra.
Tenía que tomar cartas en el asunto y restaurar
parte del orden grimmoriano. No podía permitirse que más incertidumbres se
apoderaran de su vida, ni que el llanto la volviera a asaltar en plena calle,
ni que las pesadillas se multiplicaran e intensificaran cada noche. A fin de
cuentas, ella no era Azul y no tenía por qué llevar una existencia caótica,
frágil e Ilegal; ella era Rosa Grimm, a quien ningún recuerdo, persona o lugar
podían secuestrarle sus horas de sueño, ya de por sí escasas.
El cansancio que
sentía era extremo, pero se puso en pie y anduvo con decisión por el camino que
tantas veces recorrió en su infancia. Llegó en cuestión de minutos a su
destino, que resultó no ser su habitación sino la primera planta de la Residencia
de Estudiantes, donde dos Guardias Reales custodiaban el único acceso (aparte
de la ventana). La detuvieron con una mirada feroz, pero ella venía henchida de
valor después de haberse repetido a sí misma durante toda la caminata que ya no
era una niña, y que nadie podría obligarla a vivir incómoda e indefensa nunca
más.
–Quiero hablar
con el Príncipe Iván –dijo con el mentón en alto.
–Su Alteza Real
está con la Señorita Rosa Grimm –respondió uno de los Guardias.
–¡Yo soy Rosa
Grimm, imbécil! ¡Id a buscarle!
El mal carácter
de Rosa afloró por fin, y cuando lo hizo, la chica pareció crecer y convertirse
en un ser verdaderamente terrible: un ogro, quizás, o a lo mejor un troll, de esos que tienen cabelleras
iracundas y brillantes, como llamaradas. Los dos Guardias rompieron filas
inmediatamente, buscaron en todas las habitaciones de la primera planta y
regresaron luego junto a Rosa, casi como si le estuvieran reportando a un
superior.
–¡Aquí tampoco
está!
–¡Él nos dijo
que pasaría la noche con usted! –exclamó nervioso el otro Guardia.
–En fin, debe de
andar cerca. Cuando le encontréis, decidle que quiero hablar urgentemente con
él, ¿lo habéis entendido?
–¡Sí, Señorita
Grimm! –gritaron a la vez que hacían un saludo marcial.
La chica subió a
su habitación en la tercera planta y cerró violentamente la puerta. Gato se
escondió en el baño como un relámpago, y ya no vio a su compañera de piso
abalanzarse sobre la cama y destrozar el castillo de almohadas, cojines y
sábanas.
“¿Dónde rayos
estará? Vaya novio el que tengo… ¿Y cómo es posible que los Guardias no
supieran que no estaba conmigo?
¡Deberían estar al corriente, si en verdad tienen cámaras o micrófonos en esta
habitación!”. Rosa mordió la sábana bajera y pataleó, pero lo hizo en silencio
al presentir que alguien estaba en el pasillo escuchándola.
El desconocido
finalmente se decidió a llamar a la puerta, que la chica abrió con la misma
violencia que al cerrarla. Se trataba Sinclair, que traía su móvil en la mano y
un susto en la cara que hubiera resultado divertido en cualquier otra
circunstancia.
–¡Rosa, es el
Príncipe! Me pidió que viniera corriendo a buscarte para que podáis hablar.
–Dame el
teléfono. ¿Sí?
–Acabo de recibir una llamada de la Guardia
Real para preguntarme dónde estoy –dijo Iván al otro lado de la línea con
perturbadora seriedad.
–Bien, supuse
que lo harían. Fui a buscarte a tu habitación, y como no te encontré…
–¡Quedamos en que le dirías a todos que estuve
contigo anoche!
–Y así lo hice,
¡pero
ha pasado casi un día desde entonces!
–Por el Supremo Autor, Rosa… Ya hablaremos
sobre este asunto en persona.
El Príncipe
cortó la llamada, y su novia quiso estampar el móvil de Sinclair contra la
pared. Se contuvo sólo porque sabía que el pobre chico había estado ahorrando
durante meses para comprarse precisamente ese modelo, tan de moda entre los
demás alumnos.
–¿Te encuentras
bien?
–No pretendas
cuidarme, Emil. Eso sólo empeoraría las cosas.
Rosa jamás le
llamaba por su nombre, así que el joven comprendió al instante la gravedad de
la situación, y retiró con cuidado su teléfono del puño apretado y los dedos
engarrotados de su amiga.
–No es sólo cosa
mía: todos estamos preocupados, ¿sabes? Tu noviazgo va muy deprisa y sentimos
que te estamos perdiendo. Ya ni siquiera tenemos tiempo de charlar…
–¿El Príncipe te
dijo algo más? –interrumpió la chica.
–Sí, que tras
pasarte su llamada me fuese a casa y no le contara a nadie lo ocurrido.
–Pues eso mismo
es lo que quiero que hagas. Necesito estar sola.
–¡Ya, pero…!
Rosa dio otro
portazo y regresó a la cama, muy abrumada. “Iván ha encontrado en Sinclair un
lacayo fiel y obediente” pensó, dejándose llevar por la suspicacia. “A fin de
cuentas, el pobre Emil era el candidato perfecto”. Se comportaba como un
perrito faldero desde que iban juntos a la Escuela: siempre quería acompañarla
a todas partes, y habría hecho cualquier cosa por ella con sólo insinuárselo.
Todos estaban tentados a servirse de él; sin embargo, su Real novio había
tardado menos de una semana en darse cuenta de la candidez del muchacho, y apenas
unos segundos más en atreverse a sacarle provecho. “Emil es el único externo
entre mis amigos, ¡y le ha hecho venir a Grimm un sábado por la noche
precisamente a él!”.
–Estoy paranoica
–se dijo Rosa a sí misma, sin importarle ya los micrófonos ocultos y mientras
cogía de nuevo su libro de cabecera–. Lo mejor será distraerme. ¡Seguro que los
desplantes y la conducta maquiavélica del Príncipe tienen una buena
explicación!
–“Sólo que, a
veces, las explicaciones que necesitamos no son precisamente las que queremos
escuchar” –oyó decir a Gato desde su caja de arena.
Comentarios
Me gustaría enviarles, la parte anterior y esta, a dos personas en particular.
Siempre hay motivos para ser la persona que se es. Escapa de nuestras manos, pero cuando sabemos que el pasado es sólo un instante, ese es el momento crucial para tomar la vida en nuestras manos y darle un cambio.
Rosa tiene carácter, espero que le ponga los puntos sobre las íes al jovencito Iván jaja
Rosa tiene carácter, sin duda, y no va a permitir que nadie la pisotee. ¡Ni que sea de la realeza!
Pero quiero leer más :(